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Presentación Libros de Fernández Viagas

Discurso de María del Mar Moreno Ruiz Presidenta del Parlamento de Andalucía.
Salón de Usos Múltiples.
Parlamento de Andalucía.
5 de julio de 2006. 12:00 horas

En primer lugar, quisiera dar la bienvenida a esta casa a todos los presentes en este acto y, al mismo tiempo, hacer público un agradecimiento a la Diputación de Málaga por la publicación de este libro.
Y es que cada vez que nos reunimos para presentar un libro es como una especie de celebración de un alumbramiento. Como suele pasar con los hijos recién nacidos, no se sabe muy bien hasta donde pueden llegar. Al principio, la referencia es del padre o de la madre, ya se sabe: “de tal palo tal astilla”, aunque hay veces que los libros superan en popularidad y grandeza a sus
propios autores.

Este libro acaba de nacer y, por lo tanto, no sabemos que será de mayor, lo que sí sé es que –sin desmerecerlo- le costará trabajo superar a su padre, porque Plácido Fernández-Viagas es, en sí mismo, una obra de envergadura, una personalidad más propia de la literatura que de la vida real.
Quiero dedicar, por ello, unos minutos al autor, a Plácido Fernández-Viagas Bartolomé, lo digo entero, para hacer esa justicia con la madre que tan a menudo niegan los apellidos compuestos.
En primer lugar, me permito recordarles que es magistrado en excedencia, letrado de este Parlamento y que ha ejercido también la abogacía e impartido clases de Teoría del Estado en la Universidad de Granada. Lector compulsivo,
escritor fructífero, hombre inquieto y apasionado de la política y del Parlamento, al que ha dedicado numerosas obras: El parlamento en su laberinto, La inmunidad de los diputados y senadores, ¿Quedan dioses en la ciudad? Sin olvidar sus numerosos ensayos y artículos de prensa, siempre con su sello, a caballo entre el idealismo y el descreimiento.
Yo me pregunto a veces como una vida da para tanto, como se puede ejercer de letrado –que lo ejerce con el buen hacer y la rigurosidad que toda la Cámara le reconoce- y al tiempo compatibilizarlo con una actividad intelectual tan prolija. Si a ello le sumamos su incesante actividad de “relaciones públicas”, a mí no me salen las horas.

Me da la sensación de que Plácido encontrando muy imperfecta la sociedad, podría caer en la tentación de refugiarse sólo en la actividad intelectual. Sin embargo, no deja de buscar constantemente entre las personas brillos de perfección, brillos de complicidad. Se resiste a tirar la toalla y eso es algo muy de agradecer porque, a diferencia de otros “hijos” de una época tan especial como la de los educados en los años sesenta, que luego vivieron en primera línea la “transición”, el no ha querido o no ha sabido reconvertirse. Sus valores
y principios, creo, están en perfecto estado de revista. Una confidencia. Estoy segura de que cuando deje este Parlamento echaré de menos a Plácido, no porque tenga una relación especial con él, sino por todo lo contrario, porque me arrepentiré de no haber cultivado su amistad y su sabiduría.
Y Plácido ha tenido a bien regalarnos este libro, Palabras de Guerra. Se trata de un breve testimonio de un trabajo muy superior porque, para realizar esta aproximación a los discursos del Congreso de los Diputados que se constituyó tras las elecciones de 1936, ha tenido que bucear en los diarios de sesiones, en la prensa de la época, es decir, beber de muchas fuentes para destilar este reguero de valiosa información que en este libro se superpone incluso a la opinión del autor.

A mí me ha impresionado leer los discursos. Más allá de lo que me habían contado, de lo que había leído, me ha ocasionado un poco de ahogo su lectura. Las intervenciones seleccionadas reflejan a la perfección aquel tiempo convulso, difícil, aquel Parlamento desgarrado, donde la palabra terminó fracasando y, con su fracaso, triunfaron las armas.

Más allá de las posiciones ideológicas de cada cual, siempre se siente dolor ante una tragedia. Lo que vivió España en los años que Plácido refleja fue una tragedia: una sociedad tan violentada como violenta que se hizo un gran daño a sí misma. Si, además, una se identifica claramente con los que defendían la Republica el dolor es superior porque sabemos y nos duele todo lo que pasó después. Cuando se leen los discursos de “a un mes de alzamiento”, el corazón ya está encogido pues sabemos lo que pasó luego, lo que pasaron muchos.
Sabemosque aquellas vivas Cortes Republicanas del año 36 fueron sustituidas por las Cortes de cartón piedra que trajo la dictadura. Lo que se instaló después en la carrera de San Jerónimo fue la negación del propio Parlamento.
Un Parlamento no se sostiene ni sobre sus cimientos de piedra ni sobre los hombres y mujeres que ocupan sus escaños. Un Parlamento sólo se sostiene sobre el voto soberano del pueblo y la libertad de expresión.

Plácido se retrata una vez más y expresa con esta obra su respeto y su compromiso ético con lo que significó la República y con los valores entonces novedosos que ya no se recuperarían para España hasta la aprobación de nuestra actual Constitución. No obstante, por encima de las palabras y del análisis del autor, creo que el principal impacto del libro es acercarnos a los protagonistas con su propia voz, con su propia palabra. Plácido ha conseguido abrir en nuestra biblioteca una ventana a las Cortes del 36, a su cruda realidad, a los aciertos y a los errores cometidos por los gobiernos republicanos, a las ilusiones de tantos diputados y diputadas –ésta últimas algunas menos- que creían que se abría un tiempo nuevo de modernidad donde se podría poner fin al sufrimiento de la gran mayoría humilde y olvidada. Una ventana a las trampas que tendieron los enemigos de la República, a la confluencia de tantos intereses nacionales e internacionales que se dieron cita para acabar con la primera experiencia democrática española que pudo equipararse a la de nuestro entorno europeo.

Estamos ante un libro ameno, una lección de historia y una lección de parlamentarismo, porque, por encima de la crispación, del desorden, de las interrupciones que reflejaban en el hemiciclo la tensión de la calle, nos permite deleitarnos con el fluido verbo de la época, con discursos bellos, bien construidos, con un Parlamento de altura que no sirvió para salvarlo de su
hundimiento.

En fin, termino recomendando su lectura y recomendando a Plácido que siga regalándonos su inquietud, su compromiso y su sabiduría. Y si me lo permiten, ya mirando al presente, con ojos de hoy, no puedo menos que exclamar: ¡Bendita sea nuestra rutina democrática! Benditas las a veces tediosas palabras de paz que con más o menos brillo se pronuncian en nuestro Parlamento porque reflejan el esplendor de la normalidad democrática y de nuestro bienestar contemporáneo.

Muchas gracias

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