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Alfonso Albacete Carreira
María Victoria Atencia García
Antonio Miguel Bernal Rodríguez
Antonio Blázquez de Lora
Cecilia Blázquez de Lora
Fátima Blázquez de Lora
Juan Manuel Blázquez de Lora
Juan Manuel Bonet Planes
Adelaida de la Calle Martín
Ángel Calle Matas
Arcadio Camaño Duartes
José Carreira Moreno
José Manuel Cuenca Toribio
Rafael Escudero Rodríguez
Francesc Fontbona de Vallescar
Amalia Gómez Gómez
Josefina Gómez Mendoza
José Lladó Fernández- Urrutía
Juan Lebrón Sánchez
Jesús Martínez Labrador
Braulio Medel Cámara
José Rodríguez de la Borbolla Camoyán
Jesús Romero Benítez
Felipe Sánchez Torres
Javier Solana Madariaga
Rafael Tapia Laude
Cristóbal Toral
Juan Antonio Yáñez Barnuevo
Carlos Zurita Delgado, Duque de Soria
Real Academia de Nobles Artes de Antequera

En noviembre de 1789, Carlos IV sancionaba la creación de la Real Academia de Antequera.
Casi doscientos veinte años más tarde un grupo de antequeranos, encabezados por José Antonio Muñoz Rojas, ha reconstituido aquella institución con el afán de volver a convertir a su ciudad en lo que fue durante la Edad Moderna: el referente cultural de la Andalucía de su época.
Para ello se han rodeado de personas que han demostrado suficientemente su competencia intelectual, poniéndola aquí al servicio de intereses tan legítimos como son los que conciernen a la ilustración de las ramas científicas que conforman su tronco –a saber, Ciencias, Artes y Letras-, cada una de ellas dedicada a personalidades relevantes en la Historia de la ciudad: Plácido Fernández Viagas, primer presidente de la Junta de Andalucía, quien aglutina el carácter simbólico que Antequera ha desempeñado en la construcción autonómica; José María Fernández, el artista que supo conectar la pintura con las vanguardias de su tiempo y el propio José Antonio Muñoz Rojas, el exponente más destacado de la prosa y la poesía antequerana del siglo XX.
Aquella “Atenas andaluza” de la que hablara Rodríguez Marín, retorna ahora, al alba del tercer milenio, de la mano de la Academia, y ésta lo hace con argumentos propios de los tiempos que corren: adecuando sus fines a una realidad compleja y cambiante, transformando erudición en compromiso y engarzando su quehacer en las exigencias de una sociedad necesitada de referentes que le ofrezcan la oportunidad de ampliar sus conocimientos, enriquecer su formación o simplemente le planteen alternativas que le permitan encarar, mejor pertrechada, un futuro que cuando menos se antoja incierto.